Noruega nos resultó un país especial. Como nos decía nuestra guía: "son pocos y son ricos, así que no necesitan turistas". El país no está masificado de turistas, tal vez el sur por ser más accesible, pero el norte es muy tranquilo, está más aislado. Te tienes que adapatar a lo que haya, ni grandes hoteles ni grandes lujos. Tienes que amoldarte a lo que te ofrecen; cuando llega el bus a un restaurante de carretera para comer puede que el dueño piense que se le avecina mucho trabajo y eche el cierre delante de tus narices. Esto nos pasó en el primer hotel.
Es el Rica Hotel Nordkapp, a las afueras de Honningsvag. Da la impresión de ser una base científica como las de la Antártida. Primero porque está en medio de un fiordo, ya lo veis en la foto, y segundo porque el hotel está formado por barracones de madera roja, unidos por pasarelas metálicas. Te sientes como si estuvieses en el fin del mundo.
La cena en la plataforma fue de las mejores de todo el viaje (la gastronomía noruega... lo dejo para otro momento). El Cabo Norte no es el punto más septentrional de Europa, pero para muchos viajeros se trata de un hito, una frontera que alcanzar, un mítico finisterre desde cuyas orillas contemplar los límites del mundo. Así que ya os podéis imaginar la cantidad de gente que puede haber allí (en la foto se aprecian las siluetas de la "muchedumbre").
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